Tal como dijo el capitán en la convocatoria para el partido, asoman sus figuras con puntualidad en el predio. Nadie quiere llegar tarde y por ello, terminar calentando el banco de suplentes vaya a saber uno hasta cuando.
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| Foto: (mundofotos.net / portafolio) |
Podría ser un encuentro en una casa, un bar o un boliche, pero no. Es allí, en esa cancha de fútbol amateur que les permite desplegar sus sueños truncos de futbolistas.
Entre charla y charla, los muchachos se van poniendo el short, la camiseta y las medias del equipo. Mientras repasan las anécdotas de la noche anterior, se van alistando cual futbolista profesional ante una final del mundo. Se calzan los botines y enseguida están de pie, ya preguntando cuánto falta para que termine el partido que se está jugando y, por ende, para que empiece el propio. El amigo de toda la vida, ese que se retiró por falta de estado físico y desde entonces se recibió de director técnico, les hace saber con exactitud los minutos que restan.
Entonces, la mayoría se van al costado a hacer el famoso “loco” con la pelota, donde no faltan las cargadas, los golpes, y las trampas de buena fe. Las risas y la alegría son una constante, casi como disfrutando cada segundo que el grupo comparte.
Pero de pronto algo cambió. Se escucha el pitido final del partido y todos, sin decir una palabra, corren a la cancha para empezar a pelotear al arco. Porque en ese ratito de tiroteo al arquero, todos juegan a ser Maradona: hasta los más rústicos se animan a poner la pelota en el borde del área y ensayar un remate suave, con comba, que busca uno de los ángulos. ¿Y qué decir si la llegan a meter!? Acto seguido afirman: “Si hay un tiro libre hoy lo pateo yo”. Los hechos los avalan. La historia no. Jamás, en mi recorrido por estos pagos, vi que alguno repitiera esos remates durante el partido. Pero eso no importa, los protagonistas no parecen notarlo, porque siguen reclamando su lugar cuando por arte, casualidad o milagro, logran ponerla ahí esquinada.
El equipo se junta en ronda en su mitad de campo. El capitán tira el equipo mientras el técnico va asintiendo con la cabeza, casi orgulloso de los 11 que eligió para arrancar el partido. Una vez que el líder termina, algunos acotan las frases de siempre que pocas veces se cumplen: “Vamos a jugar al fútbol, toquemos”, “Juguemos tranquilos”, “No entremos dormidos”, para luego arengar con algún grito a la masa mientras esta se despliega por el terreno, cada uno buscando su sector. Mientras, también, los suplentes van caminando tranquilos, riendo, cargando a alguno que le toca jugar de entrada, evidenciando el compañerismo y la amistad, por sobre los deseos de ser titular.
El partido empieza y con él se despiertan alegrías, tristezas, pasiones, broncas. El equipo es ordenado, peleador, sacrificado. Busca “jugar al fútbol” como decían en la charla previa, por más que algunos evidencien disfrutar tirarla afuera del club con un despeje. En este equipo de amigos, los insultos prácticamente no existen, todos entienden cuál es su lugar y el de los demás. Todos entienden que se juega para disfrutar y para ganar, pero por sobre todas las cosas, que la amistad es aquello que los hace fuertes y permite sobreponerse a las derrotas o malos momentos.
El encuentro transcurre y afuera del campo, pocos parecen notarlo. Sólo los que ofician de directores técnicos de ambos equipos y los suplentes posan sus miradas en la cancha. Podríamos agregar a los árbitros como espectadores de lo que ocurre, nadie más. Pero eso poco les importa. Para ellos, para esos 22 que están corriendo detrás de la pelota, este partido es lo más parecido a uno de Cuartos de Final de la Champions League. La cancha, para ellos, está llena, repleta. Aunque en realidad no haya nadie.
De a poco van llegando los muchachos de los equipos que jugarán a continuación, se juntan en un rincón, se van cambiando mientras preguntan cuánto falta para que termine. Se ponen a entrar en calor como profesionales, quizás hacen un loco y se juntan para una breve charla donde dan el equipo. Ese ritual, se repite entre los conjuntos de la liga. Parece que todos son “profesionales”, todos entienden y disfrutan este juego de la misma manera.
Mientras, en el verde césped se juegan los últimos minutos. El equipo gana 1 a 0 pero sufre. Padece el tiempo que queda. Aguanta con el alma, con el corazón, como si se tratara de una final del mundo, de un partido eliminatorio de Copa Libertadores. Se olvidan por un rato de que es la 5° fecha del Torneo Apertura del Country Club Funes. Poco importa que sea un torneo amateur. Para esos 11, ese partido lo es todo. Como lo fue el anterior, y como lo será el próximo. Ellos, a esta altura, sólo quieren ganar.
El árbitro hace sonar el silbato y con él se escuchan los gritos de victoria por un lado, mientras que por otro se ven las cabezas bajas acompañando a sus cuerpos hacia el banco de suplentes. Una nueva fecha se ha ido, los vencedores ya desean la siguiente, para prolongar su buen momento, mientras que los perdedores ansían la revancha, para revertir la situación. De todos modos, ambos deberán esperar una semana.
El equipo ganador se abraza, se chocan las manos, se reúnen en el costado con el técnico y los suplentes y se felicitan por la victoria conseguida. Enseguida empieza el repaso del partido, donde primero recuerdan las jugadas insólitas, o aquellas que podrían ser parte de los “no top ten” que vemos habitualmente en televisión. Recién después se acuerdan del gol, del sufrimiento o de los destellos de habilidad de alguno. Poco les importa destacarse entre sí. Y se nota.
Pero claro, su partido no termina allí. Falta el tercer tiempo, ese al que no se le puede ni quiere esquivar. Se cambian y se dirigen al bar del club a tomar y comer algo.
Entre risas, reviven el partido, lo analizan y ese encuentro se convierte una charla en la cual todos son expertos en el tema. Se repasan minuciosamente los detalles del 1 a 0, las virtudes y defectos desplegados y sus posibles mejoras a futuro. Allí ya no importa si el suplente contradice, por ejemplo, al capitán. En ese rato no existen diferencias entre ellos. Sólo esa amistad que los hace durar como equipo y como grupo. Esa misma que los acompañó el año pasado a salir campeones por primera vez. Ellos quizás no lo saben o no se dan cuenta, pero son campeones cada fin de semana, cada vez que permiten ese encuentro de amigos. Y a fin de cuentas, este semestre tal vez sea difícil o no les toque ser campeones del apertura, pero de seguro, mientras sigan cuidando estos encuentros de amistad, seguirán siendo campeones de la vida. Y eso es lo que importa.
Emiliano Chiesa
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